El beso de Gänswein

Muchos ya lo tenían en órbita y otros lo descubrieron tras la muerte de Benedicto XVI. Monseñor Georg Gänswein, prefecto de la Casa Pontificia desde diciembre de 2012 y secretario personal del Papa Emérito que ha tenido un papel destacado a lo largo de todo el mes de enero en la esfera mediática.

Tuve la ocasión de estar en Roma los primeros días de enero de 2023 y pude entrar todos los días en la basílica de San Pedro, en el Vaticano. La fila de personas que quería dar su último adiós y ver por última vez al Papa Benedicto XVI transcurría de forma fluida por el pasillo central del templo. En las inmediaciones del baldaquino estaba cada día Mons. Georg orando y recibiendo abrazos, cariño y afecto de conocidos y desconocidos. Casi siempre junto a los restos mortales de Benedicto XVI o al lado de la puerta en cuyo dintel se encuentra el monumento a Alejandro VII esculpido por Bernini. Puerta que desemboca en la Domus Sanctae Marthae, la casa Santa Marta donde reside el Papa Francisco desde marzo de 2013.

Cada una de las jornadas previas al funeral era habitual ver a Gänswein en esa parte de la basílica vaticana, junto al altar de San José donde decenas de personas rezaban ante el sagrario mientras de fondo escuchaban el permanente «prego» del servicio de orden de la basílica y de la gendarmería que impedían a miles de personas pararse frente a los restos mortales del Papa Emérito más tiempo del establecido.

Mons. Georg fue cordial con las delegaciones diplomáticas que entraban en San Pedro para orar o para mostrar sus respetos a Benedicto XVI. Y abrazaba o saludaba cordialmente a cardenales, obispos, religiosas, seminaristas, laicos… El mejor momento lo vi y lo viví en primera persona cuando el día cuatro de enero, entrada la tarde y siendo noche cerrada ya en Roma, monseñor Georg ya se marchaba. Se despedía de los últimos que allí quedaban y deseaban decirle unas palabras de ánimo a aquel que acompañó a Benedicto XVI en la salud, en la enfermedad, en los buenos y en los malos momentos. Gänswein se acercó a una madre con dos niñas que estaban tras una cuerda que hacía las veces de valla de seguridad e intercambió unas palabras con ellas para un instante después hacerles la señal de la cruz en la frente a las pequeñas.

Tomó el rumbo hacia la salida lateral y se encontró con dos bomberos del Vaticano ataviados con su uniforme en el que se podía leer “Vigili del Fuoco S.C.V.”. A ambos les dio un abrazo de esos de cordialidad y cariño que llevan incluidas varias palmadas en la espalda. Pude preguntar a uno de los bomberos sobre aquel saludo y su respuesta fue «es que nos conocemos mucho». Una total naturalidad que quizá no debería haberme sorprendido. Qué bendición ser amigo de aquel que junto a un pequeño grupo de Memores Domini ha desayunado, comido, cenado, rezado, conversado y reído con aquel por el que muchos exclaman ese «santo subito» que aprendimos en el funeral de San Juan Pablo II.

El jueves cinco de enero, antes del inicio del funeral en la plaza de San Pedro, Mons. Gänswein junto a otro sacerdote depsitó el Evangelio abierto sobre el ataúd de Benedicto XVI. Ambos se arrodillaron y Georg, antes de levantarse, dio un beso al féretro. El beso de un hijo a su padre, el beso de un nieto a su abuelo, el beso que muchos quisimos dar a quien tanto ha dado a la Iglesia.

Texto publicado originalmente en el número de enero de 2023 de la Revista Ecclesia.

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