El fin de la vulnerabilidad

Viaja sola y cubre su cabeza con un pañuelo negro. Aunque las apariencias engañan siempre, la suya parece de Europa del Este. Viste falda larga azul, una camisa colorada con pequeñas flores blancas y carga con una mochila azul, una bolsa de plástico amarillo con un eslogan escrito que invita a reciclar y un carro naranja que fue concebido para llevar la compra del supermercado pero que ahora deja asomar el extremo de una toalla y lo que parece ser la cremallera de un neceser.

Las frenadas y arranques del tren en cada estación hacen que en mitad del camino tenga que colocarse el cabello para que todo se mantenga en su sitio. Transita desde la periferia y exclama hacia su alrededor la palabras «estación, ciudad» en busca de la aprobación y respuesta por parte de sus compañeros de vagón a quienes no conoce pero que la acompañan en su vulnerabilidad.

El fin de la vulnerabilidad

No habla español pero el lenguaje universal de los gestos hace que lleve el dedo índice a su pecho para decir «estación, ciudad, mí». Dos o tres personas alzan la mirada y se desprenden de uno de los auriculares para asentir con los ojos y la sonrisa de afecto como queriendo decir «tranquila, te avisamos».

Un chico a su vera separa los dedos de la mano y le indica que «todavía faltan cinco paradas». Ella parece comprender, entrelaza sus manos y lanza sus ojos a la ventana que hay a su lado izquierdo y que le deja ver a lo lejos una montaña en cuya cumbre hay una imagen de Jesucristo.

No lleva reloj y en su lugar hay un tatuaje con cuatro puntos que quizá originalmente fueron un cuarteto de estrellas. «Próxima estación: ciudad». Un viajero se dirige a ella con gestos y nuestra protagonista dice «¿aquí?, ¿estación, ciudad?».

Ha llegado a destino y tras descender del tren con su pesado equipaje escucha «mamá» desde una galería en lo alto de la estación. El fuerte sol de las nueve de la mañana provoca que vea a sus hijos a contraluz haciendo que se le ilumine el rostro y no precisamente por los rayos del amanecer. Sube la escalera con arrojo, sin vulnerabilidad. La cual ya no existe.

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