El vaticinio de jueves y trece estaba para romperse. Y la mundana mala suerte solo hacía inquietarse a los mediocres. Cinco amigos hicieron cruzar el umbral frondoso del 5 de la calle de los regueros a amigos, familiares, saludados y conocidos.
Tarays, que así se llama el quinteto que en ocasiones es trío y otras veces cuarteto sin cuerda pero con púa, se dejó caer y sonar en el Búho Real, un madrileño mítico antro con historia en el que han sonado y cantado algunos inolvidables y muchos olvidados.
«¿Cómo se llaman los fans de Tarays?«, «¿Taraos o tarayos?», «Al final ha llegado el piano», «Fijo que Charly recita un poema», «A mí el concierto de La Sal me encantó», «¿Habéis visto el vídeo que han subido hoy a Youtube?», «Voy a pedirme otra mientras esto empieza». Inquietudes, conversaciones y ociosidad que brotaban mientras se ajustaba correctamente el sonido.
Los acordes comenzaron a sonar y las mesas y la barra continuaron llenándose de tercios gallegos con estrella. Grandes cuentos un día cualquiera en el Parque del Oeste. Gracias pero mis últimos 13 euros siempre valdrán menos que los sueños subidos en un barco de papel. Golpe a golpe mañana me voy de aquí con mi pelota más bonita mientras todavía se oyen los redobles cuando te veo aparecer.
Pablo, Eduardo, Fátima, Gonzalo y Quique engancharon a un respetable que volcaba en las historias de Instagram lo que estaba ocurriendo allí. Los Tarays se miraban de reojo con cara de «la gente está cantando nuestras canciones«.
Y es que cuentan las flores de este jardín que aquella noche notaron que en el Búho Real estaba pasando algo. Algo que pasa cuando sabes que pasa algo. Metafísica pura.
El búho toda la noche fue real. Allí estuvo, de telón de fondo. Fue real pero no fue verdadero. Porque la única certeza era la que hubo sobre el escenario. La Verdad de Tarays. Larga Vida.
Tarays
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